Haber participado de dos acontecimientos relevantes me provocaron la necesidad de realizar algunas reflexiones en torno a la crisis de los alimentos y la búsqueda de soluciones: el IX Congreso Latinoamericano de Agroecología, y el segundo Encuentro Nacional y Congreso Científico “Periurbanos hacia el consenso 2”.
Puntualmente, asistí a presentar la experiencia en la construcción del proyecto de ley de “Desarrollo Integral de la Agroecología en Córdoba”, pero también a recibir críticas, aportes y enseñanzas de los científicos y actores más formados en la temática.
Unas de las conclusiones a la que arribamos en estas instancias es que la crisis alimentaria, ambiental y climática, que como humanidad estamos viviendo, es mucho más profunda de lo que imaginamos o tenemos noción y; por otro lado, que la agroecología emerge sin duda como una herramienta y potencia transformadora para poder pensar y construir otro mundo posible, más viable y más vivible.
El contexto mundial prende luz de alarma. Precisamente el 13 de octubre Naciones Unidas publicó datos sobre el crecimiento del hambre mundial. Durante los primeros meses de 2022, el número de personas hambrientas en el mundo creció de 282 millones a 345 millones.
Este marco es fruto de la confluencia de crisis causadas por las alteraciones climáticas, los conflictos y presiones económicas. Se vuelve más acuciante para la Argentina donde la inflación en alimentos se acerca al 90% interanual con una variación mensual del 6,2%. Alimentos más caros y salarios más bajos junto al ajuste dirigido por el FMI y operativizado por el Frente de Todos en nuestro país.
A su vez, nuestro país perdió 6,5 millones de hectáreas de bosque nativo entre 1998 y 2018, teniendo como principal causa la expansión y diversificación agropecuaria, en especial la agricultura y ganadería intensiva. Es decir, reducimos nuestros recursos naturales y biodiversidad para aumentar la producción de alimentos cuyo principal destino es la exportación. Además, se ha incrementado año a año la utilización de agroquímicos en la producción. Según datos del Banco Mundial, la Argentina pasó de utilizar 31kg de fertilizantes por hectáreas cultivables en el año 2000 a 71 kg en el 2020.
En síntesis, estamos expandiendo la frontera agrícola sobre bosque nativo, estamos aumentando la utilización de insumos importados para mantener los rindes, y aún así, en nuestras poblaciones se incrementa el hambre. La ecuación no cierra, es decir, no vamos a poder sostener a largo plazo esta estructura de producción.
Desde el punto de vista de nuestras principales ciudades, los cinturones verdes se han visto reducidos, relocalizando las producciones en lugares más alejados, producto de la especulación inmobiliaria y el avance de la frontera urbana. En este sentido, los especialistas coinciden en la necesidad del ordenamiento territorial de estos espacios de uso múltiple conocidos como periurbanos, zonas de interfaz o de transición del campo a la ciudad.
Científicos coinciden en la necesidad de potenciar y desarrollar procesos productivos cercanos a las ciudades que sean menos nocivos para la salud de los habitantes. La agroecología aparece reiteradas veces como la posibilidad de minimizar estas tensiones. Inclusive, en las instancias que participé, se evidenció como un productor de maíz de la zona núcleo de producción agrícola mantuvo rindes similares reduciendo a un tercio el costo por hectárea. Mientras el paquete tecnológico convencional necesitaba 900 dólares por hectárea, estos productores en transición agroecológica solamente necesitaron 300 U$S. Es decir que con manejo agroecológico, este productor logró un rinde similar pero con menos de un tercio de inversión (y riesgo).
Por su parte, el investigador de CONICET Lucas Garibaldi nos sorprendió a todos con las evidencias presentadas respecto al aumento de la productividad de campos donde se aplicaron técnicas agroecológicas de aumento de la diversidad biológica. Con su proyecto aplicado en diferentes países del sur global se logró aumentar en 24% la producción de esos campos, a su vez que los paisajes recuperados con estás técnicas resultan majestuosos a la vista.
En conclusión, la evidencia científica indica que tenemos que empezar a potenciar otras formas de producción de alimentos. Esto no implica necesariamente ir al choque con los productores que siguen optando por las formas convencionales, sino de ir creando las condiciones económicas y técnicas que permitan procesos de transición sostenibles, dialogando y sensibilizando poco a poco que el camino es la agroecología.
Mi sueño para la provincia es construir semilla a semilla, los consensos necesarios para que este proceso crezca, se consolide y aporte a una Córdoba más sostenible y justa.